Azucena es el
personaje más original de la obra de El Trovador, pues en
ella vemos la venganza, el amor materno... Además, pertenece a una comunidad
marginada y está obsesionada por la quema de su madre. Azucena posee un
vigor, una fiereza y al mismo tiempo una desolada y primitiva ternura
que hacen que sus apariciones escénicas conciten el mayor interés
de los espectadores.
El tema de la venganza aparece con más énfasis en El Trovador, ya que en la obra Macías, el protagonista lucha con todo lo que se interpone en su camino y en el de su amada Elvira, pero no podemos decir que haya venganza en sus duelos. Sin embargo, vemos, como hemos dicho, en Azucena, una venganza exagerada que le da sentido al tema del amor imposible en la obra.
Azucena cuenta a Manrique una
historia en la que su madre fue acusada de bruja y quemada
porque la acusaron de hacer brujería contra un bebé que empezó a
enfermar de la familia de Los Lunas que era hermano del conde
Nuño. Ella, al ver cómo quemaron en la hoguera a su madre, recordó para siempre la venganza que su madre le pedía. Es por esto que Azucena robó al bebé, por el cual
habían acusado a su madre, para quemarlo en el mismo lugar donde la supuesta bruja murió. Pero Azucena, al ser también madre, no tenía valor para
quemar al bebé, pues sentía pena por el llanto del niño.
En ese momento de miedo, pena, y
sintiendo grandes nervios, quemó a su verdadero bebé en vez de tirar a la hoguera al
otro. Pero ella le dice a Manrique que ella quemó al bebé y
salvó a su hijo, porque quiere que Manrique crea que él es su hijo
verdadero, pues tiene miedo de quedarse sola y morir sin nadie a su
lado.
Ella no quería perder a Manrique
porque ella lo había salvado y con eso se justificaba para que él ahora no la abandonara a ella.
Los textos en los que podemos ver la actitud de Azucena se ve muy clara en el siguiente ejemplo:
" Yo no había olvidado, sin embargo, a la infeliz
que me había dado el ser; (...)
Esta lucha era superior a mis fuerzas, y bien pronto
se apoderó de mí una convulsión violenta... yo oía con-
fusamente los chillidos del niño y aquel grito que me de-
cía: ¡Véngame! (...)" (pág.47 El Trovador).
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